miércoles, 21 de noviembre de 2012

revitalizar, revitalizar, revitalizar, revitalizar, revitalizar, revitalizar


 
Presentamos algunas sugerencias que apuntan a la revitalización de nuestra vida, es decir, a la necesidad de un esfuerzo mayor en el camino de fidelidad a la vocación de hermanos menores que un día el Señor nos regaló. No todo son estrellas en esta opción de vida, lo sabemos. A veces, el Seguimiento es traicionado por nuestras propias actitudes aburguesadas y por nuestro descuido humano y espiritual. Conocemos y experimentamos sombras, fracasos, divisiones, silencios, incoherencias, individualismos, amiguismos, mediocridades, inmadurez, resistencias, desunión, incomunicación, infidelidades… que están presentes en nuestra realidad existencial (llevamos tesoros en vasijas de barro, nos recuerda el apóstol Pablo); pero también tenemos, los frailes, de hoy y de ayer, mayores y jóvenes, capacidad de entrega, de adoración, de acogida, de creatividad, de compasión, de solidaridad, de servicio por amor y con amor, caminando siempre hacia una mayor plenitud, y para que todos tengan Vida en Quien es la Vida, el Camino, la Verdad, el Amor, con el empeño de formar una Fraternidad, como quiso Francisco, que anticipe la experiencia del Reino del Señor Jesús.
Acogerse-comunicarse-quererse-perdonarse, “medicinas” para la vida fraterna.

La crisis contemporánea de la vida religiosa (probablemente crisis de fe y de significado), en el contexto de cambio trans-epocal, puede ser una estupenda ocasión para “renacer” en fidelidad y significatividad, al servicio de la Iglesia y de la humanidad.
Volvamos a la dimensión de radicalidad, de exigencia y de coherencia evangélica en la vivencia de los Consejos evangélicos y de la vida fraterna,  acompañadas por las sanas costumbres y tradición de la Orden.
La prioridad de una vida con Dios y en Dios como principio inspirador y absoluto.

Estemos presentes en los ambientes en donde “se juega y decide la vida” de la humanidad, en las fronteras y encrucijadas de la existencia, al servicio de la compasión y de la liberación en fidelidad al Evangelio (mundos de la economía, del arte, de la ciencia, de las comunicaciones, de las migraciones, de las esclavitudes y comercio humanos, etc.)

Empeñarnos por crear una cultura de integración, de tolerancia, de inclusión, de armonización de las diferencias, de respeto de lo diverso.

Los únicos y verdaderos tesoros que podemos poner al servicio de nuestras Iglesias y de la gente entre las que vivimos es nuestra vida en fraternidad y la vivencia de los consejos evangélicos vividos con coherencia y alegría. Esta es nuestra primera forma de compromiso y de testimonio evangélico y humano, y de fidelidad vocacional.

El “virus” más contaminante y mortal en el mundo se llama egoísmo, y el antídoto más eficaz es el amor/perdón. Necesitamos comunidades de perdón y de reconciliación.

No dediquemos excesivas energías, medios y tiempo a problemas “caseros”, internos (papeles, documentos, organización, estructuras, viajes…). Mirarnos menos y abrir más los ojos hacia fuera, para descubrir quién y en dónde nos necesitan. Fraternidades interculturales, multiétnicas e internacionales, como laboratorios de interacción convivial que ayuden luego a trasvasar sus riquezas en los diferentes contextos eclesiales y sociales.

Fraternidades que “digan” y señalen espacios de humanidad y espiritualidad reconciliada, que acompañen y compartan fe, solidaridad y esperanzas.
Fraternidades que enseñen a dialogar sin agredir, a buscar siempre puntos de encuentro con nuestros contemporáneos para comprometerse en valores compartidos, a encontrar lo divino en lo humano de cada día, que enseñen a orar.

Fraternidades que relancen la vivencia gozosa de la vocación de hermanos menores (don del Espíritu para la Comunidad eclesial y humana). Será la mejor “propaganda” de pastoral vocacional…

Fraternidades que no pierdan su “ser sal de la tierra” por querer adaptarse al “pensamiento débil” de nuestras sociedades, con el peligro de no ser ya “voz contracorriente” para alertar de “bajones de humanidad y de espiritualidad” en nuestro entorno.

Fraternidades y personas al servicio de las Iglesias locales, sin vocación de protagonismo de ningún tipo (“ni somos los únicos ni los mejores”), dejando los primeros puestos y el centro a los del lugar, yendo nosotros “ad limina”, a las fronteras culturales y ambientales, porque ésa será nuestra mejor “tarjeta de visita”.

Fraternidades siempre al servicio de la verdad y en la caridad, aunque cueste sinsabores e incomprensión, a veces. Sencillamente, “parresía” evangélica, pues somos, nada más y nada menos, “únicamente siervos inútiles que hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Fraternidades que promuevan la pastoral vocacional “de la atracción”, del testimonio gozoso de vida, de servicio evangélico, de vida fraterna, de espiritualidad y humanidad.

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