Dilemas
Concluyo el tema,
esperando no haber aburrido mucho al auditorio, y con el deseo de haber
incitado a alguno a reflexionar despacio sobre un aspecto de nuestra vida
franciscana que me parece importante, sea de cara al hoy que al futuro. Dios
quiera que seamos lo bastante lúcidos para saber que en nuestra autenticidad y
coherencia con el carisma – no porque lo diga yo – nos estamos jugando actualmente
la existencia.
Vivir del Santuario y para el Santuario.
Me sucedió en Tierra Santa
el pasado verano, donde yo había ido para un periodo sabático. Como al niño
Samuel, me tocó estar, en cambio, dos meses al cuidado de “las lámparas” de uno
de los Santuarios, mientras otros Eli contemporáneos dormían el sueño de la
bonanza, que no siempre de la vejez… Tiempo tuve - mientras observaba los
grupos de peregrinos que entraban, salían y ofrecían sus óbolos en el Templo -
de darme cuenta como no solo allí, sino en cualquier otra parte, la vida de
muchos frailes y de fraternidades enteras gira actualmente sólo en torno a eso:
al cuidado, atención y conservación de ciertos importantes “lugares
religiosos”. Nadie lo cuestiona ni se plantea su continuidad. Es lo malo. Se
vive sencillamente no solo para el Templo, sino del Templo mismo, sin que esto plantee
disonancia alguna con la vida y regla que prometimos llevar. Claro está que hay
que prestar atención y cuidado a ciertos lugares de la Fe y de la Historia, eso
no se duda. Una vez tocó a los frailes hacerlo, pero ¿se ha convertido por ello
en “patrimonio” o “heredad” de la Orden? Cuando se pasa de ejercer un servicio
a detentar un “derecho”, creo que deberían comenzar a sonar alarmas muy
poderosas. Lo cierto, me parece, es que contrasta fuertemente con algunas
enseñanzas de Francisco sobre el apego a los lugares, vistos siempre como provisionales.
Peor todavía, a mi juicio,
es el hecho de que algunos hermanos – olvidando la obligación regular a buscar
el sustento con el trabajo de sus manos – no tengan el menor escrúpulo a estar
viviendo, no de forma temporal sino permanentemente, de las ofrendas que los
devotos versan en los cepillos del Templo. Aún cuando pudiera interpretarse que
esos donativos son también para el mantenimiento del Lugar, quiere decir, pues,
que los tales se ven ya tan “parte del lugar”, tan definitivamente consolidados
y asentados en él, que les corresponde igualmente una parte de los mismos. Ya
no consideran necesario salir a buscarse el salario con la ayuda de Dios, pues
el sustento llega, y llega solo y abundante, sencillamente por encontrarse en
el lugar en que se encuentran. Así pues, pienso que sería conveniente revisar
más a fondo los criterios de mantener la presencia o no en ciertos lugares y
casas. Los templos-tienda no suscitarían, de seguro, tales deseos de permanencia ilimitada
por parte de los hermanos.
La itinerancia histórica.
Es curioso observar en las
páginas de nuestra Historia los cambios de rumbo que efectivamente se han dado en
la larga trashumancia franciscana. A igual que en tantos lugares donde
estuvimos ya no estamos, a veces no estuvimos – a tiempo - donde hubiéramos debido
estar. Los criterios y los caprichos de los hombres nos han llevado por sendas
que no siempre se han correspondido con los caminos de Dios. Los santos han sido,
muchas veces, los más clarividentes en detectar esta lejanía. He ahí que muchas
de las fundaciones del pasado, por ennoblecer pueblos y aldeas, por potenciar el
ascenso de burgos y villas, no siempre coincidieron con los designios que Dios nos
tenía marcados. Nuestra larga singladura está llena de presencias que fueron y
ya no son, de las que a veces ya ni siquiera queda el recuerdo, aunque otras – de
forma menos clara y llamativa – a las que estábamos convocados, fueron
ausencias cobardes que debieron haber sido y, por tantos motivos, acabaron por
no ser. Pero Doctores tiene la Historia, y temas sobrados para quien la quiera
profundizar…
Sin necesidad de volver con añoranza la vista al
pasado, y pensando más al hoy – sin apasionamientos provincialistas – y al
futuro de nuestra existencia, contemplemos la geografía de la península, para ir
analizando los rasgos generales de esa itinerancia o acontecer franciscano en
nuestras tierras. El franciscanismo llegó por el norte, ya comenzada la
reconquista, y fue avanzando, al ritmo del asentamiento de un nuevo
cristianismo en las zonas recobradas, hacía el este y el sur. Por entonces, nuestros
hermanos fueron valientes y decididos también a la hora de emprender los
grandes viajes descubridores, rumbo a lo incierto y desconocido… Eran tantos y
tales, que podían hacerse presentes por doquier. Pulularon frailes y pulularon
conventos. Y rivalizaron en grandezas y glorias… Y allí mismo comenzó la
decadencia, que diversas reformas intentaron – quizá sin éxito o sin acierto –
paliar. Tabla rasa trató de hacer la exclaustración religiosa, por la que los
frailes tuvimos que ser re-fundados en muchas partes. Pero las bases
sociológicas continuaron siendo las mismas. Y, en poco más de un siglo, la
realidad volvió a ser la que era: la Restauración. Primer aldabonazo de nuestro
tiempo fue la actualización que el Concilio, hace ahora 50 años, pidió a la
Vida Religiosa (ya no Vida de Perfección). Se hicieron algunos esfuerzos y
débiles intentos sinceros de actualización: grandes quizá entonces pero, a
nuestros ojos de hoy, muy insuficientes. Lo peor tenía aún que llegar y la
secularización que se anunciaba, fue más terrible de lo imaginable. Tembló el
suelo sobre el que se alzaban instituciones seculares, y muy poco consiguió permanecer
en pie. Hoy Mundo e Iglesia están, efectiva y tristemente, divorciados.
Y este es el momento que
nos toca vivir. No lo elegimos, sino que Dios lo eligió para nosotros, para que
- con pocas fuerzas y en escaso número – seamos revulsivos a una vuelta atrás
en el Franciscanismo, hacia una nueva Vida Franciscana. Pocos comenzaron con
Francisco. Pocos, pero convencidos de la Obra de Dios en ellos. Por eso, o
atendemos a los lugares y nos ligamos a ellos, o nos mantenemos libres para ir
por el mundo anunciando la Pobreza, la pobreza de quienes, como nosotros, verdaderamente
no tenemos nada, no somos nada…
La itinerancia como dinámica personal.
Al faltar en nuestra
formación una psicología de la tienda, de lo provisional y del cambio, los
hermanos percibimos nuestra propia estabilidad vinculada, en gran parte, primordialmente
a la de los edificios y presencias que tenemos y, de alguna manera, nos
identifican. Los cordeles que nos atan no lo hacen tanto desde lo personal – y,
por consiguiente, en lo fraterno –, sino que se apoyan en los vínculos que
establecemos con las cosas concretas, con los sitios y las personas que nos
rodean y que determinan nuestra peculiar geografía concreta. Todo ello favorece
la dificultad posterior en el desarraigo. Esta práctica habitual es la misma que
antepone, como más importante – una y otra vez - el llenar las casas, sin cuestionar primero su
significatividad, su forma de vida o sus actividades y que, por consiguiente,
para ello tantas veces tiene poco o nada en cuenta los valores y anti-valores
de los hermanos, que van a parar a las mismas no en virtud de sus cualidades
personales, sino en muchas ocasiones por la simple y llana necesidad de llenar
huecos. Así me sucedía con frecuencia en la Provincia de Albania que, transcurrido
aún muy poco tiempo del Congreso Capitular, el Provincial se veía ya obligado a
estar cambiando frailes de nuevo y rehaciendo otra vez determinadas fraternidades,
por problemas que, poco antes, ni siquiera había contemplado. ¿Tan poco y mal
nos conocemos?
Un hermano no se puede
sentir sencillamente trasportado, enviado o movilizado; que - con o sin su
consentimiento - “levantan y enrollan mi vida como una tienda de pastores “(Is
38, 12). “Mi vida”, en este caso, debería ser algo más valioso – incluso para
el Provincial – que un simple objeto que se trasporta de un lado para otro. En
la misma prontitud para el cambio – que yo pienso es oportuno y recomendable
regularmente para todos - se supone que se disciernen y se tienen en cuenta también
los Proyectos Personales, en los que últimamente parecía estar tan interesado
el gobierno de la Orden; porque es la propia vida la que se transporta con
nuestra morada, cuando el fraile menor se siente profundamente en camino,
itinerante, peregrino… Esos lugares por donde transito son, en realidad, los
que van a ir marcando el rumbo de mi propia existencia. Pero mal se logra esto cuando
los frailes se creen en el derecho a morada “estable” y “establecida”, sin que primen
otras necesidades concretas de la gente. La disponibilidad, tantas veces
invocada por los superiores, no es tal cuando no es una auténtica
disponibilidad a los dictados del Espíritu, que juntos – superior y súbdito –
deben tratar de escuchar y discernir. ¿Cómo sentirse disponible, no tanto ante el
Señor sino ante el Ministro, cuando al mismo tiempo se ven y se conocen tantas
otras “indisponibilidades”? Las reglas han de ser las mismas para todos y en
todos lados, y no venir pidiendo “comprensión” ante ciertos “status quo”,
sobradamente conocidos. Des-estabilizar para des-inmovilizar. Es, pues,
necesario alentar decididamente esta psicología de la itinerancia para todos y
en todos sitios.
Concluyo.
No dudo que estas reflexiones compartidas sean fruto tanto de una rica experiencia
de vida como de una reflexión alentada por el Espíritu, en la cercanía de un
momento trascendental para la Vida Franciscana. Papa Francisco alienta nuestros
deseos y propósitos de una vuelta al espíritu original de la Orden. De
definirlo se encargan nuestras Fuentes y sus Intérpretes. Pero la voluntad de
vivir en consonancia con todo ello está en cada uno de nosotros que, fieles al
pasado, pero con talante renovador y creativo, busquemos soluciones nuevas a
momentos nuevos. Nadie tiene las respuestas, nadie ofrece recetas. Habrá que
intentarlo decididamente. En el caminar incesante de nuestra Orden podemos
encontrar muchas lecturas y también muchas soluciones a momentos que fueron - entonces
- tan complicados como el que vivimos. La Fe y la Decisión de nuestros hermanos
les hicieron salir bien parados. No podemos sino pedir otro tanto.
Intentémoslo.
Fr. Julio G. ofm
Provincia Castellana