miércoles, 17 de octubre de 2012

Redescubrir la "gracia" de lo dado

El proble­ma de una nueva cultura para la vi­da consagrada es que necesitamos palabras más convincentes. Que es­te misterio que vivimos cada uno y cada una de nosotros, este misterio en el que nos encontramos  traba­dos [crucificados a veces, impoten­tes, fecundos, rotos...], no conse­guimos traducirlo de modo que se pueda captar, que pueda transpa­rentar lo que somos y vivimos. Ne­cesitamos palabras más convincen­tes que traduzcan el misterio de la soberanía de Dios, lo transparenten en el misterio de nuestra consagra­ción, al lenguaje de nuestra cultura.
Este es el drama más íntimo de la vida consagrada, y lo vivimos en nuestro corazón, abrazados a ese misterio de amor frágil, de comu­nión en lo más profundo y en lo más herido de Dios. Pero tenemos que negociar con otros esa verdad vi­va, ese misterio inexplicable, tene­mos que desenterrar ese tesoro y negociar lo que somos y lo que ha­cemos en medio de una cultura que no cuenta con nosotros para trans­parentar la gloria de Dios, para ha­cer visible su reinado.
Estoy convencido que la interio­ridad tiene que volver a ser el mo­mento fundacional de nuestro amor, de nuestra comunidad, de nuestra misión. Es en esa experiencia inte­rior de su reinado, en lo más pro­pio, en donde tenemos que hacer el éxodo de nuestra vida. De este mo­do es como nosotros tenemos que estar abrazados a esta humanidad caída: abrazados como servidores del Reino de Dios, como inspirado­res de una palabra de comunión.
Redescubrir ''lo dado", no lo conquistado, es el único remedio para elaborar una nueva cultura de la vi­da consagrada. Se hace necesario reivindicar el trasfondo de "lo dado", lo gratuito, lo regalado de la vida en los vericuetos de nuestra historia. Sólo desde el descubrimiento y la valoración de "lo dado" podemos afirmar que estamos ante una his­toria coherente con el ideal de hu­manidad que deseamos.
Entregar lo que nos ha sido pre­viamente entregado, recuperar el origen común, volver a la acogida, al Hogar universal, al nido de sig­nificaciones que hemos vivido, go­zado y también sufrido con los de­más, es la fuente para remozar la protección de confianza, la coraza que nos defiende de las inclemen­cias de la vida. Y hacerlo no cami­nando hacia atrás, como los can­grejos, sino hacia delante, hacia el futuro común de una comunidad del corazón.
             El horizonte de una nueva cultura vocacional. Suple.VN 6. 2012.
                                                         Xavier Qinzà.sj

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