El problema de una nueva cultura
para la vida consagrada es que necesitamos palabras más
convincentes. Que este misterio que vivimos
cada uno
y cada una de nosotros, este misterio en el que nos encontramos trabados
[crucificados a veces, impotentes, fecundos, rotos...], no conseguimos traducirlo de modo que se pueda captar, que pueda transparentar lo que somos y
vivimos. Necesitamos palabras más convincentes que traduzcan el misterio de
la soberanía de Dios, lo transparenten en el misterio de nuestra consagración,
al
lenguaje de nuestra cultura.
Este es el drama más íntimo de la vida consagrada, y
lo vivimos en nuestro corazón, abrazados a ese misterio de amor frágil, de comunión
en lo más profundo y en lo más herido de Dios. Pero tenemos que negociar con
otros esa verdad viva,
ese misterio inexplicable, tenemos que
desenterrar ese tesoro y negociar lo que somos y lo que hacemos en medio de
una cultura que no cuenta con nosotros para transparentar
la gloria de Dios, para hacer visible su reinado.
Estoy convencido que la interioridad tiene que
volver a
ser el momento fundacional de nuestro amor, de nuestra comunidad, de nuestra
misión. Es en esa experiencia interior de su reinado, en lo más propio, en
donde tenemos que hacer el éxodo de
nuestra vida. De este modo es como nosotros tenemos que estar abrazados
a esta humanidad caída: abrazados como servidores del Reino de Dios, como
inspiradores de una palabra de comunión.
Redescubrir
''lo dado", no lo conquistado, es el único remedio para elaborar una nueva
cultura de la vida consagrada. Se hace necesario reivindicar el trasfondo de
"lo dado", lo gratuito, lo regalado de la vida en los vericuetos de
nuestra historia. Sólo desde el descubrimiento y la valoración de
"lo dado" podemos afirmar que estamos ante una historia coherente
con el ideal de humanidad que deseamos.
Entregar
lo que nos ha sido previamente entregado, recuperar el origen común, volver a
la acogida, al Hogar universal, al nido de significaciones que hemos vivido,
gozado y también sufrido con los demás, es la fuente para remozar la
protección de confianza, la coraza que nos defiende de las inclemencias de la
vida. Y hacerlo no caminando hacia atrás, como los cangrejos, sino hacia
delante, hacia el futuro común de una comunidad del corazón.
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