lunes, 11 de febrero de 2013

Una cuaresma para rejuvenecer y revitalizar el corazón


 
La gran palabra cuaresmal es la conversión. Se repite en todos los modos y maneras, con palabras, con signos y símbolos, con ejemplos. La conversión es el cambio del corazón, el cambio radical de la persona. No basta con darse golpes de pecho, con ayunar y echar ceniza en la cabeza, con llorar y confesar. No es suficiente rasgar el vestido o incluso herir el cuerpo, hay que "rasgar el corazón" (Jl 2, 13), o "quitar el prepucio de vuestro corazón" (Jr 4,4).
Si tienes el corazón duro, tienes que ablandarlo. Si llega a ser de piedra, tienes que romperlo y convertirlo en un corazón de carne (Ez 36,26). Si tienes el corazón viejo, tienes que rejuvenecerlo y revitalizarlo, hasta conseguir un corazón nuevo. Si tienes el corazón sucio, tienes que purificarlo, hasta que llegues a ser limpio de corazón. Para purificarlo se necesita el agua limpia (Ez 36,25), la lejía (Jr 2,22; Ml 3,2),  el fuego (Ml 3,2; Mt 3,11), y sobre todo, el Espíritu (Ez 36,27; Mt 3,11). Si tienes el corazón pequeño, ruin, tienes que estirarlo y hacerlo crecer, que sea un corazón grande, ensanchado y dilatado, como el de Abraham, como el de Pablo (Co 6, 11-13), para que quepan en él todos los hermanos. Si tienes un corazón inflado, orgullos, tienes que vaciarlo y podarlo, quitarle sus humos y grandezas, hasta hacerlo humilde y ponerlo a servir, como el de Cristo (Mt 11, 29; Lc 22, 27).

¡Conviértenos, Señor!
        ¡Haz nuestro corazón semejante al tuyo!

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