jueves, 21 de febrero de 2013

Espiritualidad de la Tienda


 
CUARESMA 2013          
Una Teo-logía  para tiempos de des-instalación.
 
Como consecuencia del discurso franciscano sobre la Itinerancia, es conveniente a mi parecer volver también la vista – por ejemplo en esta Cuaresma – al discurso de la “des – instalación” de nuestra vida, en esta nueva coyuntura, tomando como punto de partida la Teo-logía (es decir el discurso que Dios hace al hombre a partir de su Revelación) de nuestros ancestros. “Mi padre era un arameo errante” (Dt 26, 5), es una de las primeras profesiones de fe en la Biblia. Este arameo – hoy Padre de los Creyentes – se lanza a una aventura incierta que el Señor le pone delante, dejando la seguridad de la ciudad (Haram), de la morada fija y se lanza a la vida peregrina de los beduinos. Es aquí donde comienzan a aparecer las tiendas. “Por la fe vivió como extranjero en la tierra que se le había prometido, habitando en tiendas” (Heb 11, 9). Y es aquí donde arranca el discurso de la tienda ¿Quién de nosotros no hizo también alguna vez, en su juventud, camping?
Para su marcha por el desierto, el pueblo elegido llevaba consigo una forma sencilla de vivienda que era a la vez ligera, pobre, transportable. Cada día había que montar y desmontar la tienda, pero se daba por descontado y no era trabajo grande. La vida en tiendas no requería de la propiedad del suelo, sino únicamente del permiso para instalarse y poder pacer allí los rebaños. Con el tiempo las rutas eran fijas y los lugares de acampada también. Durante este tiempo Dios acompaña a su pueblo, humildemente, también en una sencilla Tienda de lino desmontable (Ex 29, 45).
Todo este modo de vida y de espiritualidad duró hasta la conquista definitiva del territorio, el asentamiento en Jerusalén y la primera intención de edificar un Templo, que el Señor recrimina a David: quiere privarle de la cercanía de los suyos para encerrarle en un gran edificio fijo (2 Sam 7, 5 ss). Serán los profetas los que invitarán al pueblo a mirar atrás sucesivamente y recordar su proveniencia y sus orígenes, estando lejos de su tierra y sus grandezas, otra vez exactamente como al principio...
Algo así sucede también en nuestra Orden. Tenemos el testimonio precioso de la Crónica de Tomás de Ecclestón, que nos narra la primera llegada de los frailes a Inglaterra (1223). Recordemos como, careciendo allí de todo, fueron primero acogidos por los Hermanos Predicadores en sus casa o incluso se hospedaron, “como peregrinos y forasteros” (2 Rg 6, 2), en hospicios para transeúntes, allá donde los había; más tarde adquirieron algunas habitaciones que dividían sencillamente con tabiques de adobe, u otras pobrecillas moradas en los barrios más humildes, rezando en las iglesias del entorno. Pero desde muy pronto, abandonando el extrarradio de las ciudades en que se encontraban, buscaron lugares más céntricos en las ciudades y construyeron enormes y costosos edificios de piedra, que suscitaron el enojo de fr. Elías, entonces Ministro General, y le obligaron a enviar allí Visitadores (1237), lo que más tarde le valdría la deposición de su cargo (1239) y además un giro radical en la orientación de la Orden de los Menores, tras la elección del Ministro de Inglaterra, Haymond de Faversan, como Ministro General (1240).
Aunque Francisco, para entonces, estaba muy ajeno a cuanto pasaba en la tierra, si había alertado previamente sobre ciertos abusos y triquiñuelas, que se cernían y  ponían seriamente en peligro el carisma franciscano. Pero todo esto es historia…
Hoy, en mitad del Año de la Fe -  el mismo en el que el Papa nos deja inesperadamente huérfanos -, la itinerancia se repropone como modo de vida válido de modo permanente o temporal. Nos aporta – frente al mundo en que habitamos – valores de des-instalación, ecología, cercanía también a los más desfavorecidos, ascetismo y sobriedad de vida, una confianza cierta en la Providencia
Plantar y recoger la tienda – en cualquiera de  los cuatro extremos de la tierra – supone también cultivar de nuevo los valores de la acogida, del encuentro cercano, del diálogo tranquilo, del cambio, del ponerse otra vez en movimiento, de la sencillez como estilo de existencia, de la inseguridad como opción ante el mañana, como un signo evidente y comprensible para quienes ven en nosotros gentes que se aferran igualmente a la propiedad y el dinero.
Plantar la Tienda quiere decir igualmente recordar a los hombres que, si Dios ha querido morar en medio de nosotros simbólicamente en el desierto, lo ha hecho y definitivamente en Jesucristo, acampado ya definitivamente entre nosotros (Jn 1, 4), y asumiendo también – como todos nosotros - la tienda de su propio cuerpo (2 Cor 5, 1.4; 2 Pe 1, 13). Vivir hoy en la tienda, es crear nuevos espacios – desde la fe y no desde la ideología – para que Dios se manifieste y haga presente otra vez en medio de los suyos… aquellos a los que “vino y no lo recibieron”.
Hermanos, esta es la hora, es ocasión única. Dejemos también nosotros nuestras moradas antiguas de piedra. Volvamos a los caminos y habitemos en las tiendas, aguardando a que – descendiendo de los cielos – se descuelgue un día nuestra morada definitiva.
 “Esta es la Tienda que Dios ha montado entre los hombres. Habitará con ellos y ellos serán su pueblo” (Ap 21, 3).
Amen. Ven, Señor Jesús.
                                                                                                                      Fr. Julio G. Chao
 
 


 

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