CUARESMA 2013
Una Teo-logía para tiempos de des-instalación.
Como consecuencia del discurso
franciscano sobre la
Itinerancia , es conveniente a mi parecer volver también la
vista – por ejemplo en esta Cuaresma – al discurso de la “des – instalación” de
nuestra vida, en esta nueva coyuntura, tomando como punto de partida la Teo-logía (es decir el
discurso que Dios hace al hombre a partir de su Revelación) de nuestros
ancestros. “Mi padre era un arameo errante” (Dt 26, 5), es una de las primeras
profesiones de fe en la Biblia. Este
arameo – hoy Padre de los Creyentes – se lanza a una aventura incierta que el
Señor le pone delante, dejando la seguridad de la ciudad (Haram), de la morada
fija y se lanza a la vida peregrina de los beduinos. Es aquí donde comienzan a
aparecer las tiendas. “Por la fe vivió como extranjero en la tierra que se le
había prometido, habitando en tiendas” (Heb 11, 9). Y es aquí donde arranca el
discurso de la tienda ¿Quién de nosotros no hizo también alguna vez, en su
juventud, camping?
Para su marcha por el desierto, el
pueblo elegido llevaba consigo una forma sencilla de vivienda que era a la vez
ligera, pobre, transportable. Cada día había que montar y desmontar la tienda,
pero se daba por descontado y no era trabajo grande. La vida en tiendas no
requería de la propiedad del suelo, sino únicamente del permiso para instalarse
y poder pacer allí los rebaños. Con el tiempo las rutas eran fijas y los
lugares de acampada también. Durante este tiempo Dios acompaña a su pueblo,
humildemente, también en una sencilla Tienda de lino desmontable (Ex 29, 45).
Todo este modo de vida y de
espiritualidad duró hasta la conquista definitiva del territorio, el
asentamiento en Jerusalén y la primera intención de edificar un Templo, que el
Señor recrimina a David: quiere privarle de la cercanía de los suyos para
encerrarle en un gran edificio fijo (2 Sam 7, 5 ss). Serán los profetas los que
invitarán al pueblo a mirar atrás sucesivamente y recordar su proveniencia y
sus orígenes, estando lejos de su tierra y sus grandezas, otra vez exactamente
como al principio...
Algo así sucede también en nuestra
Orden. Tenemos el testimonio precioso de la Crónica de Tomás de Ecclestón, que nos narra la
primera llegada de los frailes a Inglaterra (1223). Recordemos como, careciendo
allí de todo, fueron primero acogidos por los Hermanos Predicadores en sus casa
o incluso se hospedaron, “como peregrinos y forasteros” (2 Rg 6, 2), en
hospicios para transeúntes, allá donde los había; más tarde adquirieron algunas
habitaciones que dividían sencillamente con tabiques de adobe, u otras
pobrecillas moradas en los barrios más humildes, rezando en las iglesias del
entorno. Pero desde muy pronto, abandonando el extrarradio de las ciudades en
que se encontraban, buscaron lugares más céntricos en las ciudades y construyeron
enormes y costosos edificios de piedra, que suscitaron el enojo de fr. Elías, entonces
Ministro General, y le obligaron a enviar allí Visitadores (1237), lo que más
tarde le valdría la deposición de su cargo (1239) y además un giro radical en
la orientación de la Orden
de los Menores, tras la elección del Ministro de Inglaterra, Haymond de
Faversan, como Ministro General (1240).
Aunque Francisco, para entonces,
estaba muy ajeno a cuanto pasaba en la tierra, si había alertado previamente
sobre ciertos abusos y triquiñuelas, que se cernían y ponían seriamente en peligro el carisma
franciscano. Pero todo esto es historia…
Hoy, en mitad del Año de la Fe - el mismo en el que el Papa nos deja
inesperadamente huérfanos -, la itinerancia se repropone como modo de vida
válido de modo permanente o temporal. Nos aporta – frente al mundo en que
habitamos – valores de des-instalación, ecología, cercanía también a los más
desfavorecidos, ascetismo y sobriedad de vida, una confianza cierta en la Providencia …
Plantar y recoger la tienda – en
cualquiera de los cuatro extremos de la
tierra – supone también cultivar de nuevo los valores de la acogida, del
encuentro cercano, del diálogo tranquilo, del cambio, del ponerse otra vez en
movimiento, de la sencillez como estilo de existencia, de la inseguridad como
opción ante el mañana, como un signo evidente y comprensible para quienes ven
en nosotros gentes que se aferran igualmente a la propiedad y el dinero.
Plantar la Tienda quiere decir
igualmente recordar a los hombres que, si Dios ha querido morar en medio de
nosotros simbólicamente en el desierto, lo ha hecho y definitivamente en
Jesucristo, acampado ya definitivamente entre nosotros (Jn 1, 4), y asumiendo
también – como todos nosotros - la tienda de su propio cuerpo (2 Cor 5, 1.4; 2
Pe 1, 13). Vivir hoy en la tienda, es crear nuevos espacios – desde la fe y no
desde la ideología – para que Dios se manifieste y haga presente otra vez en
medio de los suyos… aquellos a los que “vino y no lo recibieron”.
Hermanos, esta es la hora, es
ocasión única. Dejemos también nosotros nuestras moradas antiguas de piedra.
Volvamos a los caminos y habitemos en las tiendas, aguardando a que –
descendiendo de los cielos – se descuelgue un día nuestra morada definitiva.
“Esta es la Tienda que Dios ha montado entre los hombres.
Habitará con ellos y ellos serán su pueblo” (Ap 21, 3).
Amen. Ven, Señor Jesús.
Fr. Julio G. Chao
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