miércoles, 19 de junio de 2013

ESPIRITUALIDAD DE LA TIENDA II



Aplicaciones
            Como continuación a las anteriores sugerencias sobre la recuperación de “la Tienda”, lugar teológico propio de la espiritualidad franciscana de la itinerancia, continúo ahora con algunas aplicaciones concretas que bien pueden tomarse en cuenta salvando aquellas diferencias y circunstancias de los diversos lugares en que vivimos nuestra específica realidad franciscana. La vida itinerante de los primeros frailes menores se cambió, desde muy pronto, en la estabilidad de conventos e iglesias en ciudades y pueblos. Con ello fue cambiando rápidamente el tenor de nuestra vida. El recuerdo de las tiendas y pobrecillas moradas de los inicios pueden únicamente recogerse – a nivel simbólico – en la función de los templos como lugares de encuentro con Dios y los hermanos. Luego estos han ido perdiendo paulatinamente incluso esta función. A estos aspectos concretos dedico mis siguientes reflexiones.

La Tienda como lugar de Paz (Beth - Shalom)
            Presente aún en el centro o la periferia de las grandes ciudades, el templo surge hoy en medio de los edificios como un auténtico oasis de silencio y sosiego. Allí, entre la sombra fresca de sus muros, algunos espíritus en búsqueda continúan encontrando algún tipo de refugio y de quietud, como en tiempos daban a las enamoradas almas de los románticos los cementerios. El templo-tienda se brinda perfectamente en nuestro desierto urbano como un lugar de cobijo y refugio. Siempre, claro, que encontremos sus puertas abiertas y en su interior el ambiente idóneo para el retiro y la meditación. Hay grandes espacios pero insuficientemente aprovechados hoy. Me parece importante retomar seriamente este discurso. Casa de la Paz: muchos grandes creyentes han reconocido haber re-encontrado o hallado un día la fe recogiéndose, tan solo, en el interior de las amplias naves de una catedral gótica, observando simplemente la belleza de la luz que se filtraba por las cristaleras de colores y que les hablaba de Dios. También es posible esto hoy.
            Los templos-tienda siguen situados en medio de los hombres, pero no siempre son accesibles ya a ellos. Miedos y prevenciones les cierran la puerta habitualmente. Un sentido más pragmático y menos misterioso de lo religioso les han privado de los atributos que siempre han tenido. Cuando vemos a alguien que ingresa en el templo, enseguida corremos a él para ofrecer sacramentos o las diversas posibilidades del menú parroquial, o – por el contrario - cualquier grupo de los muchos – o pocos – que pululan en nuestros ambientes ensayan a voces lo que sea (corales, conciertos, comuniones o teatros), por carencia (o no) de otros lugares más adecuados a dichos menesteres, impidiendo una sencilla visita en paz al lugar. Además de la tranquilidad del recinto – que ya, me parece, es un valor en sí mismo – la belleza del lugar, su armonía, su sencillez – como la de las catedrales – deberían hablar de Dios por sí solas.

La Tienda, lugar de escucha de la Palabra.
            Valdría la pena desorganizar nuestros ordenadísimos templos un poco para crear un ángulo de la “escucha”, en el que – puesta de relieve la Palabra de Dios – se pudieran tener regularmente encuentros de escucha y comentario de la Escritura. En el mismo templo-tienda y no fuera de él (aún en contra de pareceres opuestos), porque este es el marco sacro idóneo también hoy para que la Palabra, que viene proclamada con toda su fuerza en la Liturgia, sea aproximada de otro modo a la realidad cotidiana de los creyentes o de los que buscan. Cercanía y solemnidad a un tiempo. El eco de la Palabra proclamada – como secularmente – en el Templo y que resuena en sus paredes nos hace comprender que es un Misterio más grande que nosotros mismos y que nunca podremos abarcar. ¿Habrá una mejor utilización del Templo-tienda que para este acercamiento sencillo pero solemne al Verbo de Dios? Las tómbolas y otros montajes desvirtúan la idea de que, en la Iglesia, Dios está presente y nos acoge. Facilitar los textos – siempre a mano en la tienda-templo para una lectura personal – alargaría posteriormente esta facilidad de contacto con la escritura de todo aquel que quisiera sentarse y descansar un rato: “venid a mi los cansados, y Yo os aliviaré...”
            En un sentido todavía más lato, la sencilla acogida y escucha humana en las Tiendas del Encuentro tendría una función más que justificada. Si no en horario continuo – difícil actualmente de mantener – al menos ciertos días a ciertas horas podría haber personas encargadas de mantenerse alerta para facilitar a quienes lo solicitasen esta necesidad básica y cada día más difícil de realizar que es la de la comunicación humana. No necesariamente religiosa, pero si profunda. Escuchar, no responder, ni aclarar, ni orientar. Pero - si acaso llega el momento - hablar desde lo experimentado y vivido y no desde lo aprendido en fórmulas incomprensibles. Este es, sinceramente, para mí el modo de acogida más prioritario y urgente: centros de escucha, dejando luego que Dios actúe y que el Espíritu hable en el interior de la persona. No seremos nosotros los que resolveremos nada, sino que daremos ocasión de que Dios se mueva.
La Tienda, lugar de encuentro común y personal.
            La tienda-templo sigue siendo el lugar por antonomasia de la acogida y del encuentro fraterno. Nunca debería pasar a ser centro social de reuniones, perdiendo su carácter sacro y convirtiéndose en ágora, teatro o museo – como sucede bastante frecuentemente – ya que en el inconsciente humano una cosa no puede serlo y dejar de serlo sucesivamente. Los lugares y los tiempos aún marcan nuestra idiosincrasia. La tienda, espacio sacro del encuentro de los creyentes con Dios, es también el espacio en que Dios habita y esta presente, su morada entre nosotros. Allí puede encontrársele siempre, porque allí habita permanentemente en el Tabernáculo, como enseña la Iglesia. No banalicemos pues la presencia de Dios en su Morada, cuando ya pasamos frecuentemente por delante sin pararnos siquiera. No será ya Dios o no tememos que nos fulmine con un rayo… ¿Para qué empeñarse en tener el Sagrario en medio del Presbiterio - en vez de en una capilla contigua o en ángulo más reservado -  si continuamos ignorándolo o incluso ofendiéndolo habitualmente? Las bodas, conciertos y la celebración de otros saraos festivos, que nada tienen que ver con el carácter religioso del lugar, tienen en gran parte la culpa de todo esto.
            La acogida y despedida en el templo-tienda – no necesariamente realizada por el ministro, como entre los protestantes, sino por hermanos que se paren especialmente ante los rostros no conocidos y que les acomoden o les inviten a volver por allí – puede ser un signo esencial para demostrar la hospitalidad de quienes también se sienten invitados a una mesa que no es suya, sino del Padre de todos. El respeto y cuidado del lugar, la frecuente variación de sus elementos ornamentales - como expresión de una realidad que es viva y participativa, y no de un museo que permanece por décadas inamovible – son elementos que favorecen la apreciación de estos valores. La realidad del templo-tienda no ha de ser contemplada únicamente en función de la Liturgia, sino de una presencia permanente de Dios con la comunidad. Hay tantos modos. Y los frailes, que allí moran y de ello se ocupan, han de ser los primeros y más concienciados en hacer ver que verdaderamente, esa tienda-templo tiene vida propia. No es cuestión de gastar, sino de pensar bien primero. Como en la tienda beduina, hay objetos que son ornamentales y otros que son utilitarios, que facilitan la comodidad, pero cada vez se engalana ésta de nuevo en función del huésped que está por llegar.

CONCLUSIÓN
            Dios ha elegido morar con los hombres, poner su tienda entre nosotros, como señal de permanencia y fidelidad. Este signo bíblico, de gran trascendencia, debe ser recreado y hecho comprensible para los hombres de cada tiempo y cultura. La metáfora de nuestra vida como camino, como itinerario y peregrinación así lo requiere. ¿Cómo y dónde encontrar esa presencia concreta de Dios en medio de nosotros, de manera aún más convincente y clara que en la misma Naturaleza, su libro primero? En el pluralismo religioso en que nos movemos actualmente en occidente y dada la posibilidad cada día más concreta de perder nuestras propias referencias religiosas tradicionales - pues pronto la mezquita, la sinagoga o el templo ba’hai, serán más visibles y reconocibles como lugares santos que nuestras iglesias, que han pasado a convertirse sencillamente en edificios históricos que remiten a otras épocas, carentes de vida y actualidad -, la llamada franciscana a volver a instalar nuestras pobrecillas tiendas como sedes del encuentro entre Dios y los hombres, como lugares de auténtica presencia del Espíritu del Señor, como una invitación a recuperar el espíritu de oración y devoción al que las demás cosas deben servir, significa para mí un reto concreto y sencillo que no debe dejar de atraer nuestra atención. No es cuestión ya de discutir si son adecuadas o menos, grandes o pequeñas, históricas y monumentales o modernas y desacertadas, sino que sepamos más bien adecuar y recrear – con ayuda del Espíritu – eso mismo que tenemos, en ocasiones auténticas de encuentro de Dios con los hombres y de invitación a no pasar de largo, sino de entrar y acomodarse para descansar de los muchos  desalientos que tiene actualmente nuestra vida.

Fr. Julio G. ofm
Provincia Castellana

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