Aplicaciones
Como continuación a las anteriores
sugerencias sobre la recuperación de “la Tienda”, lugar teológico propio de la
espiritualidad franciscana de la itinerancia, continúo ahora con algunas
aplicaciones concretas que bien pueden tomarse en cuenta salvando aquellas
diferencias y circunstancias de los diversos lugares en que vivimos nuestra
específica realidad franciscana. La vida itinerante de los primeros frailes
menores se cambió, desde muy pronto, en la estabilidad de conventos e iglesias
en ciudades y pueblos. Con ello fue cambiando rápidamente el tenor de nuestra
vida. El recuerdo de las tiendas y pobrecillas moradas de los inicios pueden
únicamente recogerse – a nivel simbólico – en la función de los templos como
lugares de encuentro con Dios y los hermanos. Luego estos han ido perdiendo
paulatinamente incluso esta función. A estos aspectos concretos dedico mis
siguientes reflexiones.
La Tienda como lugar de Paz (Beth - Shalom)
Presente aún en el centro o la periferia
de las grandes ciudades, el templo surge hoy en medio de los edificios como un auténtico
oasis de silencio y sosiego. Allí, entre la sombra fresca de sus muros, algunos
espíritus en búsqueda continúan encontrando algún tipo de refugio y de quietud,
como en tiempos daban a las enamoradas almas de los románticos los cementerios.
El templo-tienda se brinda perfectamente en nuestro desierto urbano como un
lugar de cobijo y refugio. Siempre, claro, que encontremos sus puertas abiertas
y en su interior el ambiente idóneo para el retiro y la meditación. Hay grandes
espacios pero insuficientemente aprovechados hoy. Me parece importante retomar
seriamente este discurso. Casa de la Paz: muchos grandes creyentes han reconocido
haber re-encontrado o hallado un día la fe recogiéndose, tan solo, en el
interior de las amplias naves de una catedral gótica, observando simplemente la
belleza de la luz que se filtraba por las cristaleras de colores y que les
hablaba de Dios. También es posible esto hoy.
Los templos-tienda siguen situados
en medio de los hombres, pero no siempre son accesibles ya a ellos. Miedos y
prevenciones les cierran la puerta habitualmente. Un sentido más pragmático y
menos misterioso de lo religioso les han privado de los atributos que siempre
han tenido. Cuando vemos a alguien que ingresa en el templo, enseguida corremos
a él para ofrecer sacramentos o las diversas posibilidades del menú parroquial,
o – por el contrario - cualquier grupo de los muchos – o pocos – que pululan en
nuestros ambientes ensayan a voces lo que sea (corales, conciertos, comuniones
o teatros), por carencia (o no) de otros lugares más adecuados a dichos menesteres,
impidiendo una sencilla visita en paz al lugar. Además de la tranquilidad del
recinto – que ya, me parece, es un valor en sí mismo – la belleza del lugar, su
armonía, su sencillez – como la de las catedrales – deberían hablar de Dios por
sí solas.
La Tienda, lugar de escucha de la Palabra.
Valdría la pena desorganizar
nuestros ordenadísimos templos un poco para crear un ángulo de la “escucha”, en
el que – puesta de relieve la Palabra de Dios – se pudieran tener regularmente
encuentros de escucha y comentario de la Escritura. En el mismo templo-tienda y
no fuera de él (aún en contra de pareceres opuestos), porque este es el marco
sacro idóneo también hoy para que la Palabra, que viene proclamada con toda su fuerza
en la Liturgia, sea aproximada de otro modo a la realidad cotidiana de los
creyentes o de los que buscan. Cercanía y solemnidad a un tiempo. El eco de la
Palabra proclamada – como secularmente – en el Templo y que resuena en sus
paredes nos hace comprender que es un Misterio más grande que nosotros mismos y
que nunca podremos abarcar. ¿Habrá una mejor utilización del Templo-tienda que
para este acercamiento sencillo pero solemne al Verbo de Dios? Las tómbolas y
otros montajes desvirtúan la idea de que, en la Iglesia, Dios está presente y
nos acoge. Facilitar los textos – siempre a mano en la tienda-templo para una
lectura personal – alargaría posteriormente esta facilidad de contacto con la
escritura de todo aquel que quisiera sentarse y descansar un rato: “venid a mi
los cansados, y Yo os aliviaré...”
En un sentido todavía más lato, la
sencilla acogida y escucha humana en las Tiendas del Encuentro tendría una
función más que justificada. Si no en horario continuo – difícil actualmente de
mantener – al menos ciertos días a ciertas horas podría haber personas
encargadas de mantenerse alerta para facilitar a quienes lo solicitasen esta
necesidad básica y cada día más difícil de realizar que es la de la
comunicación humana. No necesariamente religiosa, pero si profunda. Escuchar,
no responder, ni aclarar, ni orientar. Pero - si acaso llega el momento -
hablar desde lo experimentado y vivido y no desde lo aprendido en fórmulas
incomprensibles. Este es, sinceramente, para mí el modo de acogida más
prioritario y urgente: centros de escucha, dejando luego que Dios actúe y que
el Espíritu hable en el interior de la persona. No seremos nosotros los que
resolveremos nada, sino que daremos ocasión de que Dios se mueva.
La Tienda, lugar de encuentro común y personal.
La tienda-templo sigue siendo el
lugar por antonomasia de la acogida y del encuentro fraterno. Nunca debería
pasar a ser centro social de reuniones, perdiendo su carácter sacro y
convirtiéndose en ágora, teatro o museo – como sucede bastante frecuentemente –
ya que en el inconsciente humano una cosa no puede serlo y dejar de serlo
sucesivamente. Los lugares y los tiempos aún marcan nuestra idiosincrasia. La
tienda, espacio sacro del encuentro de los creyentes con Dios, es también el
espacio en que Dios habita y esta presente, su morada entre nosotros. Allí
puede encontrársele siempre, porque allí habita permanentemente en el
Tabernáculo, como enseña la Iglesia. No banalicemos pues la presencia de Dios
en su Morada, cuando ya pasamos frecuentemente por delante sin pararnos
siquiera. No será ya Dios o no tememos que nos fulmine con un rayo… ¿Para qué
empeñarse en tener el Sagrario en medio del Presbiterio - en vez de en una
capilla contigua o en ángulo más reservado - si continuamos ignorándolo o incluso ofendiéndolo
habitualmente? Las bodas, conciertos y la celebración de otros saraos festivos,
que nada tienen que ver con el carácter religioso del lugar, tienen en gran
parte la culpa de todo esto.
La acogida y despedida en el
templo-tienda – no necesariamente realizada por el ministro, como entre los
protestantes, sino por hermanos que se paren especialmente ante los rostros no
conocidos y que les acomoden o les inviten a volver por allí – puede ser un
signo esencial para demostrar la hospitalidad de quienes también se sienten
invitados a una mesa que no es suya, sino del Padre de todos. El respeto y
cuidado del lugar, la frecuente variación de sus elementos ornamentales - como
expresión de una realidad que es viva y participativa, y no de un museo que
permanece por décadas inamovible – son elementos que favorecen la apreciación
de estos valores. La realidad del templo-tienda no ha de ser contemplada
únicamente en función de la Liturgia, sino de una presencia permanente de Dios
con la comunidad. Hay tantos modos. Y los frailes, que allí moran y de ello se
ocupan, han de ser los primeros y más concienciados en hacer ver que
verdaderamente, esa tienda-templo tiene vida propia. No es cuestión de gastar,
sino de pensar bien primero. Como en la tienda beduina, hay objetos que son
ornamentales y otros que son utilitarios, que facilitan la comodidad, pero cada
vez se engalana ésta de nuevo en función del huésped que está por llegar.
CONCLUSIÓN
Dios ha elegido morar con los
hombres, poner su tienda entre nosotros, como señal de permanencia y fidelidad.
Este signo bíblico, de gran trascendencia, debe ser recreado y hecho
comprensible para los hombres de cada tiempo y cultura. La metáfora de nuestra
vida como camino, como itinerario y peregrinación así lo requiere. ¿Cómo y
dónde encontrar esa presencia concreta de Dios en medio de nosotros, de manera
aún más convincente y clara que en la misma Naturaleza, su libro primero? En el
pluralismo religioso en que nos movemos actualmente en occidente y dada la posibilidad
cada día más concreta de perder nuestras propias referencias religiosas
tradicionales - pues pronto la mezquita, la sinagoga o el templo ba’hai, serán
más visibles y reconocibles como lugares santos que nuestras iglesias, que han
pasado a convertirse sencillamente en edificios históricos que remiten a otras
épocas, carentes de vida y actualidad -, la llamada franciscana a volver a
instalar nuestras pobrecillas tiendas como sedes del encuentro entre Dios y los
hombres, como lugares de auténtica presencia del Espíritu del Señor, como una
invitación a recuperar el espíritu de oración y devoción al que las demás cosas
deben servir, significa para mí un reto concreto y sencillo que no debe dejar
de atraer nuestra atención. No es cuestión ya de discutir si son adecuadas o
menos, grandes o pequeñas, históricas y monumentales o modernas y desacertadas,
sino que sepamos más bien adecuar y recrear – con ayuda del Espíritu – eso
mismo que tenemos, en ocasiones auténticas de encuentro de Dios con los hombres
y de invitación a no pasar de largo, sino de entrar y acomodarse para descansar
de los muchos desalientos que tiene actualmente
nuestra vida.
Fr. Julio G. ofm
Provincia Castellana
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