miércoles, 13 de noviembre de 2013

Crónica de una convivencia vocacional


Los franciscanos, misioneros en Tierra Santa, tenemos cuarenta y cinco días de vacaciones cada dos años. Esta es la norma, y es un tiempo precioso, consagrado a visitar a la familia, sobre todo a los padres, claro está para quien aun tiene la dicha de tenerlos en esta vida.
Este periodo de vacaciones a veces se ve alargado por empeños relacionados con la Orden o quehaceres y tramites que nos imponen las modernas administraciones, renovar carnets de conducir, documentación… en definitiva papeleo que retrasa la vuelta a casa.
Pero es también muy cierto que a veces la vida nos depara hermosas sorpresas, nos hace tropezarnos con personas que han sido importantes en nuestra vida y nos recuerda en estos encuentros que el futuro está cargado de amistades que se reencuentran, se fortalecen, y que dan frutos cada vez más dulces.
Esta es una de esas ocasiones, tras el Capitulo Custodial, una asamblea celebrada cada tres años, donde frailes elegidos en representación de toda la Custodia se reúnen, dialogan, abren discusiones y debates y nombran el nuevo Gobierno Custodial, encargándole de llevar a cumplimiento los objetivos para el nuevo trienio. Este nuevo gobierno elige o confirma a diferentes frailes en diversas tareas y administraciones, los nuevos Guardianes o superiores, los ecónomos, párrocos, santuaristas, encargados de este o aquel menester, y sobre todo forman las nuevas familias, o sea, las fraternidades de cada convento.
Tras el capitulo fue nombrado el nuevo Promotor vocacional de la Custodia, un fraile español, aun joven, con treinta y ocho años, venido de su último destino, el frondoso Líbano, para ocuparse de recibir, encontrar y escuchar a cuantos jóvenes Dios llame a la siega de sus campos, a cuantos decidan escuchar Su palabra y hacerla suya, y seguirle a custodiar Su casa.
Pero estando aun en España, en el sus cuarenta y cinco días, pensando cómo podría acometer esta nueva tarea, pensó en quienes le acompañaron en sus primeros pasos en la Orden, y en aquellos que el Señor le había enviado a lo largo del camino, el Señor le dio hermanos, fray Quintana y fray Salva. Y la cosa no quedó ahí, con ellos llegaron fray Lucho, Fray Antonio, suor Concetta, fray Ramiro, fray Máximo y fray Timoteo, la fraternidad de Ávila, donde halló manos amigas, donde halló manos abiertas, donde entendió que no estaba solo en la tarea de reunir jóvenes que deseaban dar su propio sí a Dios, donde el trabajo y la fatiga son ligeros, porque son compartidos.
Con este animo conoció esa casa de Ávila, donde pasó el Transito de nuestro Padre, donde vio llegar jóvenes (y no tanto) llenos de ilusión, llenos de Dios dispuestos a compartir vidas, sueños y empeños; techo, camino y destino. Y desde allí, juntos los promotores de vocaciones hicieron planes, viendo que el futuro se les quedaba corto, que la vida está llena de cosas que deben ser vividas y que juntos se puede todo.
Y así se desplazaron, por Arenas de San Pedro, por Ávila en sus encuentros y llegaron hasta el Palancar, que es convento alcantarino, cerca de Pedroso de Acim, con Coria algo más lejos. Un soberbio convento, tanto, que es el más pequeño del mundo, con poco más de 60 metros cuadrados, con sus ocho celdas, cocina, refectorio, claustro y capilla, escalera, y lo que sobra … lo usaron de despensa. Lo fundó el mismo San Pedro, quien nació faltándole un año para hacerlo en el 1500. Ahí mismo, en este histórico y hermoso convento, que cuenta con alguna ampliación posterior y está dedicado a la Purísima Concepción, se reunieron los jóvenes (y no tanto) aspirantes de toda España y alguno venido de Lusitania, con los hermanos responsables de las vocaciones, para orar, leer la palabra de Dios, reflexionarla, comentarla, hablar, escuchar, sentir y estar unidos alrededor del altar en la eucaristía, en las conferencias, en la preparación de la comida, en los paseos, en la misión “ad gentes” visitando a las hermanas terciarias en su feliz clausura de Coria, la parroquia de Acim que preparaba sus fiestas. Pocos días, pero intensos y buenos, buenos como pan recién hecho.
Para esto sirven cuarenta y cinco días cada dos años, para poder alegrarnos que en España, y Portugal, hay jóvenes, ocho ya en el convento de Ávila, y trece esperando para entrar. Jóvenes que se saben franciscanos, que lo sienten en su alma, que se juntan y conviven, que se conocen y aprenden que con Francisco nunca se está solo, porque el Señor, el buen Señor siempre da hermanos.
Para el fraile de la Custodia esos cuarenta y cinco días (y alguno más) sirvieron para vivir la Experiencia Tau en Arenas de San Pedro, un Transito maravilloso en Ávila y una hermosa convivencia vocacional en el Palancar. Llevando con él la esperanza de dos jóvenes que sienten su propia vocación para servir como frailes en la Custodia, Perla de las Misiones, decía San Francisco. Dos jóvenes, uno de España y uno de Portugal, que unidos a otros muchos de España, de Albacete, Arenas, Chinchón, Extremadura, Canarias y un polaco de Sevilla, que formarán parte de las provincias de nuestra tierra, tuvieron la oportunidad de conocerse mejor, de sentir que son hermanos, de saber que la vida es un camino donde el buen Señor te hace encontrarte y reencontrarte con todas aquellas personas maravillosas que van llenando tu vida.

Esta es, o pretendía, ser la crónica de una convivencia vocacional tenida a finales del verano en el convento del Palancar. Esta es ante todo una sonrisa, un agradecimiento a los frailes que se ocupan de la promoción vocacional en España, por ser mis hermanos, por recibirme, instruirme, animarme y ayudarme a cumplir con la tarea que el Capitulo me ha encomendado.
Esta es también una invitación a cuantos jóvenes sientan una llamada serena y sosegada, pero fuerte y apasionada. Una invitación a no tener miedo, a perder la vida para ganarla, a seguir el impulso, a dar el salto… pues el Señor, el buen Señor, nos está llamando, en España, en Portugal, en Tierra Santa… en el mundo entero. Sólo a Él seguimos, tras los pasos de Francisco. Animo! Os esperamos a todos en los próximos encuentros de Jumilla, Barcelona y Ávila.
¡Franciscanos sin tregua!

                                                                                                  Fr. Aquilino

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