Los franciscanos, misioneros en Tierra Santa, tenemos
cuarenta y cinco días de vacaciones cada dos años. Esta es la norma, y es un
tiempo precioso, consagrado a visitar a la familia, sobre todo a los padres,
claro está para quien aun tiene la dicha de tenerlos en esta vida.
Este periodo de vacaciones a veces se ve alargado por empeños
relacionados con la Orden o quehaceres y tramites que nos imponen las modernas
administraciones, renovar carnets de conducir, documentación… en definitiva
papeleo que retrasa la vuelta a casa.
Pero es también muy cierto que a veces la vida nos depara
hermosas sorpresas, nos hace tropezarnos con personas que han sido importantes
en nuestra vida y nos recuerda en estos encuentros que el futuro está cargado
de amistades que se reencuentran, se fortalecen, y que dan frutos cada vez más
dulces.
Esta es una de esas ocasiones, tras el Capitulo Custodial,
una asamblea celebrada cada tres años, donde frailes elegidos en representación
de toda la Custodia se reúnen, dialogan, abren discusiones y debates y nombran
el nuevo Gobierno Custodial, encargándole de llevar a cumplimiento los
objetivos para el nuevo trienio. Este nuevo gobierno elige o confirma a
diferentes frailes en diversas tareas y administraciones, los nuevos Guardianes
o superiores, los ecónomos, párrocos, santuaristas, encargados de este o aquel
menester, y sobre todo forman las nuevas familias, o sea, las fraternidades de
cada convento.
Tras el capitulo fue nombrado el nuevo Promotor vocacional
de la Custodia, un fraile español, aun joven, con treinta y ocho años, venido
de su último destino, el frondoso Líbano, para ocuparse de recibir, encontrar y
escuchar a cuantos jóvenes Dios llame a la siega de sus campos, a cuantos
decidan escuchar Su palabra y hacerla suya, y seguirle a custodiar Su casa.
Pero estando aun en España, en el sus cuarenta y cinco
días, pensando cómo podría acometer esta nueva tarea, pensó en quienes le
acompañaron en sus primeros pasos en la Orden, y en aquellos que el Señor le
había enviado a lo largo del camino, el Señor le dio hermanos, fray Quintana y
fray Salva. Y la cosa no quedó ahí, con ellos llegaron fray Lucho, Fray
Antonio, suor Concetta, fray Ramiro, fray Máximo y fray Timoteo, la fraternidad
de Ávila, donde halló manos amigas, donde halló manos abiertas, donde entendió
que no estaba solo en la tarea de reunir jóvenes que deseaban dar su propio sí
a Dios, donde el trabajo y la fatiga son ligeros, porque son compartidos.
Con este animo conoció esa casa de Ávila, donde pasó el
Transito de nuestro Padre, donde vio llegar jóvenes (y no tanto) llenos de
ilusión, llenos de Dios dispuestos a compartir vidas, sueños y empeños; techo,
camino y destino. Y desde allí, juntos los promotores de vocaciones hicieron
planes, viendo que el futuro se les quedaba corto, que la vida está llena de
cosas que deben ser vividas y que juntos se puede todo.
Y así se desplazaron, por Arenas de San Pedro, por Ávila en
sus encuentros y llegaron hasta el Palancar, que es convento alcantarino, cerca
de Pedroso de Acim, con Coria algo más lejos. Un soberbio convento, tanto, que
es el más pequeño del mundo, con poco más de 60 metros cuadrados, con sus ocho
celdas, cocina, refectorio, claustro y capilla, escalera, y lo que sobra … lo
usaron de despensa. Lo fundó el mismo San Pedro, quien nació faltándole un año
para hacerlo en el 1500. Ahí mismo, en este histórico y hermoso convento, que
cuenta con alguna ampliación posterior y está dedicado a la Purísima Concepción,
se reunieron los jóvenes (y no tanto) aspirantes de toda España y alguno venido
de Lusitania, con los hermanos responsables de las vocaciones, para orar, leer
la palabra de Dios, reflexionarla, comentarla, hablar, escuchar, sentir y estar
unidos alrededor del altar en la eucaristía, en las conferencias, en la
preparación de la comida, en los paseos, en la misión “ad gentes”
visitando a las hermanas terciarias en su feliz clausura de Coria, la parroquia
de Acim que preparaba sus fiestas. Pocos días, pero intensos y buenos, buenos
como pan recién hecho.
Para esto sirven cuarenta y cinco días cada dos años, para
poder alegrarnos que en España, y Portugal, hay jóvenes, ocho ya en el convento
de Ávila, y trece esperando para entrar. Jóvenes que se saben franciscanos, que
lo sienten en su alma, que se juntan y conviven, que se conocen y aprenden que
con Francisco nunca se está solo, porque el Señor, el buen Señor siempre da
hermanos.
Para el fraile de la Custodia esos cuarenta y cinco días (y
alguno más) sirvieron para vivir la Experiencia Tau en Arenas de San Pedro, un
Transito maravilloso en Ávila y una hermosa convivencia vocacional en el Palancar.
Llevando con él la esperanza de dos jóvenes que sienten su propia vocación para
servir como frailes en la Custodia, Perla de las Misiones, decía San Francisco.
Dos jóvenes, uno de España y uno de Portugal, que unidos a otros muchos de
España, de Albacete, Arenas, Chinchón, Extremadura, Canarias y un polaco de
Sevilla, que formarán parte de las provincias de nuestra tierra, tuvieron la
oportunidad de conocerse mejor, de sentir que son hermanos, de saber que la
vida es un camino donde el buen Señor te hace encontrarte y reencontrarte con
todas aquellas personas maravillosas que van llenando tu vida.
Esta es, o pretendía, ser la crónica de una convivencia
vocacional tenida a finales del verano en el convento del Palancar. Esta es
ante todo una sonrisa, un agradecimiento a los frailes que se ocupan de la
promoción vocacional en España, por ser mis hermanos, por recibirme,
instruirme, animarme y ayudarme a cumplir con la tarea que el Capitulo me ha
encomendado.
Esta es también una invitación a cuantos jóvenes sientan
una llamada serena y sosegada, pero fuerte y apasionada. Una invitación a no
tener miedo, a perder la vida para ganarla, a seguir el impulso, a dar el
salto… pues el Señor, el buen Señor, nos está llamando, en España, en Portugal,
en Tierra Santa… en el mundo entero. Sólo a Él seguimos, tras los pasos de
Francisco. Animo! Os esperamos a todos en los próximos encuentros de Jumilla, Barcelona
y Ávila.
¡Franciscanos sin tregua!
Fr. Aquilino
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